02avr 07

Articulo de Jean-Luc Mélenchon, Senador socialista francés

Traducido por Niurka Trujillo y José Luis Díez
Artículo original en la revista del Partido Socialista francés (Revue socialiste n°27 avril-mai 2007).

¿Por qué tendríamos que interesarnos por la vida política de América Latina? Porque nos concierne. Por períodos, efectivamente, lo que allí sucede nos prolonga, nos preconcibe o nos reconquista, a nosotros, los europeos. Para ser más preciso: a los del sur del Mediterráneo de la Unión Europea. Así pues, las actuales matrices políticas tienen una trama común hecha de arquetipos ideológicos y de motores de acción similares. La mayoría de las veces los franceses desconocemos la parte esencial que nos corresponde, y sobre todo la inscripción de esa parte a lo largo de la historia.
El espejo
Por esta razón lo que observamos allí funciona como un espejo que nos refleja, nos previene o nos confirma, con la diferencia de ritmo, de forma e incluso de contenido que la realidad produce siempre, aun cuando se repite, Este efecto de espejo de un lado al otro del océano no se ha detenido nunca desde la conquista del nuevo mundo. Se ha profundizado con la uniformización de los modos de producción y posteriormente la de las costumbres. En materia política ocurre lo mismo. Desde entonces es imperativo observar con cuidado lo que allí sucede. América Latina fue la primera en recibir el impacto de las políticas neoliberales en su versión más atroz. Hoy es la primera en vivir un proceso continental de rechazo a esas políticas. Diferente de un país a otro, a veces de manera muy distante, este proceso tiene, sin embargo, puntos comunes que pueden sugerirnos un horizonte de acción. Se trata pues de la primera oleada revolucionaria desde la caída del muro de Berlín del que se había dicho que sellaba el “fin de la historia”, es decir, el fin de cualquier alternativa al sistema dominante. Desgraciadamente, hoy el pensamiento político de la izquierda francesa se centra casi por completo en Europa. Al ceder a este desmedro de los centros de interés, el socialismo francés reduce sus fuentes de aprendizaje y empobrece su imaginación política. Por supuesto que debo alertar: no hay ningún modelo que se pueda transponer desde América Latina para nuestra acción. Señalo que los aduladores de la socialdemocracia europea nunca toman esta precaución intelectual aun cuando las estructuras estatales, partidistas y culturales del Norte de Europa están mucho más alejadas de las nuestras que aquellas de las repúblicas de América Latina.

De la revolución a la revolución
La evidencia española y portuguesa de la lengua hablada por casi todos y de la organización cultural del subcontinente oculta a las miradas distraídas la parte francesa de la historia política latinoamericana. Sin embargo es determinante. No hablo de los descubridores franceses de tal o tal región, ni del comercio, ni de la inmigración, aun cuando se haya censado antes de 1912 una presencia que representaba el 3,4% de la población francesa. Se trata de la participación directa de los franceses, es decir, de sus ideas filosóficas y revolucionarias en la formación de muchas naciones latinoamericanas, luego en su desarrollo, hasta el punto en que éstas fueron apropiadas y desarrolladas en caminos a veces más firmes y coherentes que las nuestras. Algunas imágenes conmovedoras que se nos presentan a veces señalan este enraizamiento olvidado por demasiadas élites. Así, decenas de miles de argentinos festejando espontáneamente ante el palacio presidencial en Buenos Aires la liberación de París, o la independencia de Brasil que se celebra al son de la marsellesa mientras que la bandera nacional lleva la divisa positivista de Auguste Comte “Orden y Progreso”. Termino de inmediato estas observaciones que serían demasiadas largas de citar. Siempre sabemos que Simón Bolívar actuaba en nombre de los principios de las Luces y de sus referencias a la gran Revolución Francesa. Podemos leer también en el Arco de Triunfo de París el nombre del general Miranda que combatió en nuestros ejércitos desde Valmy y se abre entonces un capítulo formidable de la historia paralela de la Revolución Francesa y de las luchas de independencia nacional en América Latina.
Pero la contribución de las Luces a la cultura revolucionaria latinoamericana también tiene fuentes directas aún más fuertes. Pertenecen a la historia oculta de la esclavitud y de la resistencia que los negros cautivos opusieron a sus opresores, desde el primer momento. Los cimarrones, esclavos en fuga, levantaron verdaderas zonas autónomas. No se agruparon solo en el Caribe donde la revolución de los esclavos terminó por crear la República negra de Haití, Se extendieron por toda Latinoamérica donde los esclavos negros fueron obligados a sustituir a los indígenas en sus trabajos de servidumbre. Desde ese momento, la abolición que la Convención Revolucionaria decidió en París, provocó una oleada de insurrecciones que se generalizó y vino a apoyar las luchas nacionales y a profundizar su contenido revolucionario. Los "negros franceses" son la pesadilla de los terratenientes y de las autoridades de toda la región. Nada pudo agotar su indomable energía, ni siquiera la vergüenza del restablecimiento de la esclavitud por Napoleón. No solamente los terratenientes locales del Antiguo Régimen los aborrecen y exterminan en cuanto pueden, sino también las burguesías locales nacionalistas que los rechazan tanto como rechazan los burgueses de París a los “sans coulottes” de los arrabales. Como ejemplo, entre otros, en 1795 bajo el mando de Victor Huges, que había sido el enviado por la Convención para promulgar la abolición en las colonias francesas del Caribe, una tropa guerrera de “negros franceses” lanza un ataque en Venezuela para establecer la “ley de los franceses”, es decir, ¡la abolición y la República! De manera que estos hombres y sus ideas constituyeron las luchas de su tiempo durante las que se fundó una identidad latinoamericana que se diferenciaba de sus raíces españolas y portuguesas. Mucho tiempo después “el afrancesado” designó allí y en España, de forma no muy agradable, al respondón ateo con influencia de las Luces. Por el contrario, ni las élites francesas locales, ni los jóvenes de la nueva hornada formados en las escuelas confesionales francesas, muy apreciadas en el lugar, no gustaban mucho de la imagen sulfurosa de una Francia revolucionaria vivida como el modelo de la República casi libertaria y anticlerical que no se debía reproducir. Esta fue una idea que no solamente se propagó y restableció a nivel local sino que también engendró contradicciones y polémicas. Menciono el hecho para subrayar lo profundo de las connivencias que tenemos en nuestros reflejos intelectuales. Ocupa un espacio en un marco más amplio donde estamos compartiendo, además de la connotación liberadora de la idea revolucionaria, una definición de la nación política y no étnica o religiosa, y un gusto muy pronunciado por la formalización jurídica de todas las relaciones civiles y sociales. En resumen, se trata de una trama que brinda una buena estructura a la acción y al pensamiento político. De esta suerte cuando el presidente Hugo Chávez lee en la televisión pasajes de los Miserables y hace una distribución masiva en los barrios populares de esta obra de Victor Hugo, no hace más que prolongar una antigua historia. ¿Pero sabe acaso que Victor Hugo es también el autor de una abundante correspondencia con los revolucionarios latinoamericanos coetáneos que le consultaban en su exilio en Guernesey? Noble implicación: cuando los ejércitos franceses se adentran en México para respaldar al emperador fantoche que Napoleón III instaló allí, el poeta mantiene el vínculo de las Luces al escribir una misiva a los revolucionarios mexicanos “no es Francia la que les hace la guerra, es el Imperio”. Todo ese legado se aporta en la actual oleada de revolución democrática. Nos está hablando en una lengua familiar.

El huracán liberal
Bajo el impacto de la revolución neoliberal en los Estados Unidos en los años 80, América Latina fue sometida en su totalidad a las recetas de choque del liberalismo. Irrumpieron con fuerza la liberalización, la privatización y la disminución del gasto público con la ayuda de las instituciones financieras internacionales. Muchos países latinoamericanos fueron literalmente martirizados, víctimas de los humores del capitalismo mundial provocados por la deuda y privados de sus principales palancas de acción económica (moneda, recursos naturales, presupuesto). Expuestos a repetidas crisis financieras, sufrieron el agravamiento espectacular del desgarro social de sus sociedades ya minadas por las desigualdades.
Es chocante recordar que la primera experiencia de aplicación de las recetas de los monetaristas más exaltados tuvo lugar en Chile con Pinochet… Pero la vitrina de la cura liberal de los países latinoamericanos fue Argentina, donde las soluciones de la Escuela de Chicago fueron aplicadas con autoridad durante los años 70 y 80. No fue casualidad que en el país que de forma más precoz y feroz se convirtiera al liberalismo se desarrollara la crisis financiera y luego económica y social más violenta del subcontinente de 1998 a 2004. Empobrecido debido a la disminución de los impuestos de los más ricos y reducido a funciones represivas, el Estado había perdido todo tipo de función de estabilización macroeconómica. La austeridad presupuestaria impedía cualquier tipo de recuperación y el encadenamiento de la moneda nacional al dólar conducía a un rigor monetario aberrante. Privatizados en beneficio de capitales privados extranjeros, todos los sectores claves del país (energía, transporte, bancos) fueron saqueados por la volatilidad de los capitales. Resultado: aunque en los años 1950 Argentina se encontraba entre las diez primeras potencias económicas mundiales, su riqueza nacional experimentó una regresión del 21% entre 1998 y 2001, el desempleo pasó del 5% al 23% y las funciones vitales del país se desorganizaron totalmente. Apagones gigantescos y penuria de gasolina en 2004 acentuaron el descenso al infierno de la liberalización generalizada. El estado asfixiado no estaba ni siquiera en condiciones de hacer funcionar el sistema monetario. Argentina cayó así durante meses en una economía de trueques y cambios con monedas de sustitución. Bajo la sacudida que se hizo incontrolable, la esfera política se volatilizó con la elección de tres presidentes de la República en un año.
El ejemplo paroxístico de Argentina se encuentra de diversas maneras en otros países. En Bolivia, la política de privatización sistemática de las compañías petroleras, de telecomunicaciones, electricidad, agua y gas en condiciones leoninas en beneficio de compañías extranjeras, dejó al país en ruinas. Ya débil y poco eficaz, el Estado empobrecido se volvió incapaz de garantizar funciones administrativas tan importantes como el catastro o el registro civil. Evidentemente, el sistema fiscal desapareció en gran parte. Dos tercios de la superficie del país, en la Amazonia, fueron sustraídos de toda presencia del Estado de tal manera que se restableció de hecho la esclavitud en las grandes propiedades. Después de dos baños de sangre y dos presidentes en un año, el sistema político tradicional se desmoronó. En Venezuela, la combinación de políticas de liberalización de los precios de los servicios públicos y de los productos alimenticios, y de rigor salarial por la congelación de los salarios y la reducción de la remuneración de los funcionarios, hundió el crecimiento y generó una interminable crisis social. Después del inevitable período de disturbios y escándalos de corrupción todo el sistema político se volatilizó en la primera elección presidencial que siguió ese caos.

Un auténtico apartheid social
El primer resultado social de las políticas liberales fue la extensión considerable del ya vasto medio de la pobreza de masa. Desde los años 80, el número de pobres en América Latina ha aumentado en 91 millones y el de indigentes (amenazados en su supervivencia) unos 40 millones. En Argentina, la tasa de pobreza pasó del 19% en 1999 al 57% en 2002 en un país cuyo nivel de vida medio en los años 80 superaba el de España y Portugal. En Venezuela, la tasa de pobreza era aproximadamente del 20% a principio de los años 90 y alcanzó más del 50% en 1993 en el momento más fuerte de la política de austeridad. En Perú, de 1985 a 1990, la tasa de pobreza pasó del 41% al 55%. En Brasil, la extrema pobreza estalló: cuando Lula llegó al poder, cerca del 10 % de la población vivía con menos de un dólar al día, la mayoría de las veces en situación de hambruna. Por último, en Bolivia, el apartheid social oculta un apartheid étnico pues es la mayoría india de la población (65%) la que vive en la pobreza y en la economía de supervivencia. Esta se concentra en las ciudades del Altiplano, especialmente en El Alto, cuyos 800.000 habitantes acumulan todos los factores de pobreza: el 75% de las familias no tienen acceso a ninguna asistencia médica, el 40% de la población es analfabeta, el 20% no tienen agua potable ni electricidad y el 80% vive en calles de tierra. Esos ejemplos concentran el panorama general. Por supuesto los pueblos buscaron una salida a esto.

La socialdemocracia en un callejón sin salida
Los medios populares se dirigieron en primer lugar hacia los partidos socialdemócratas. Algunos de ellos habían encarnado la resistencia ante las dictaduras militares o eran herederos de las luchas descolonizadoras. En Bolivia (MIR), en Brasil (PSDB), en Venezuela (AD) o incluso en Perú (APRA), son pues partidos socialdemócratas, a menudo afiliados a la Internacional Socialista, los que prometieron hacer retroceder la pobreza "modernizando al mismo tiempo la economía” mediante medidas de liberalización. Desde entonces, a pesar de las alternancias electorales, se han seguido las mismas políticas económicas. A lo largo del tiempo, la situación política se ha ajustado y los socialdemócratas de todo el subcontinente han establecido alianzas con la derecha para conservar el poder. El fracaso de esas políticas termina con disturbios, baños de sangre y sencillamente la explosión del terreno político tradicional. En cada caso este ciclo es idéntico: una doble alternancia entre la derecha y los socialdemócratas aplicando cada uno en su turno o unidos “la única política posible”, y luego el terreno político explota. Los antiguos partidos están agotados, una fuerza nueva nace en la izquierda basada en un objetivo de refundación de la propia Nación.
La ausencia de cambio político durante las alternancias electorales y la imagen de una colusión general de los partidos políticos para llevar a cabo los mismos programas han provocado el surgimiento de los nuevos movimientos sociales de masas. Estos permanecieron impotentes en un primer momento mientras no disponían de ninguna herramienta de acción política. En Bolivia esos movimientos sociales se cristalizaron alrededor del control de los recursos naturales por parte de la población y del rechazo a su acaparamiento por las compañías extranjeras. En 2000 tuvo lugar primero la “guerra del agua”, dicho de otro modo, una revuelta de los barrios populares contra la privatización del agua. El gobierno en el que participan los socialdemócratas del MIR responde a ello con la instauración de la ley marcial y la prohibición de realizar transmisiones radiofónicas. En 2002-2003, las “guerras del gas” provocan que la población más pobre intente un auténtico bloqueo del país para impedir el saqueo de sus recursos. En esa ocasión el gobierno responde enviando el ejército contra los barrios insurgentes lo que provocó más de un centenar de muertos en 2003. En Venezuela se estructura la revuelta contra la caída del poder adquisitivo (explosión de las tarifas públicas y congelación de los salarios): el 28 de febrero de 1989 (el llamado “Caracazo”) la multitud se manifiesta pacíficamente en Caracas. Es acorralada y a continuación masacrada por el ejército en virtud del plan Ávila decidido por el presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez: ¡3 000 muertos! En 1992, de nuevo la represión de manifestaciones populares causa otros 250 muertos. En Argentina, el gran realizador Fernando Solanas ha mostrado mejor que nadie en sus películas la revuelta profunda de un pueblo que se enfrenta al liberalismo desarmado, sin partidos, organizaciones ni programas. El panorama de esos movimientos de Piqueteros es sobrecogedor. Pequeños comerciantes, obreros, desempleados, ingenieros, docentes, jubiladas, todos se reúnen para expresar el rechazo al neoliberalismo. Comerciantes arruinados reconvierten las tradicionales camisetas de fútbol en camisetas con lemas “Alto a esta política económica” o “Liberalismo ilegal”. Un gerente de McDonald’s evita el saqueo de su establecimiento mediante la distribución gratuita de bebidas a los manifestantes y huelguistas. Esposas de pequeños propietarios impiden las expropiaciones o la subasta de las tierras por parte de los bancos al cantar el himno argentino en medio de los tribunales. Médicos de hospitales públicos instauran un mercado social de medicamentos para esquivar el mercado comercial al que ya la mitad de la población no puede acceder. Una sociedad completamente movilizada contra el liberalismo pero que no logra avanzar y se limita al grito de “Que se vayan todos”. Un impasse político que sitúa rápidamente a los líderes del movimiento social (que es en gran medida un movimiento de barrios) ante la necesidad de superar el rechazo instintivo de lo político para comenzar a construir una verdadera alternativa política. Este proceso se repitió en varios países del subcontinente de forma más violenta aún para el sistema político tradicional puesto que combinaba la insurrección urbana y el resurgimiento de la acción indígena. Esta mezcla particularmente explosiva reprodujo la figura de la alianza que propulsó las luchas de independencia nacional y las palabras emblemáticas de soberanía popular e igualdad de derechos que constituían la esencia de la “ley de los franceses” que exportaron los esclavos…
El resultado para la izquierda tradicional es por tanto tremebundo. En todos esos países, la imposibilidad de responder a las necesidades de la población unido al liberalismo en el marco nacional concretizó para la mayoría el callejón sin salida de la socialdemocracia, incapaz de abrir una alternativa y que se encargó de reprimir a aquellos que lo intentaban. En esas condiciones, prácticamente sin aliento y al final del camino en numerosos países, los antiguos partidos socialdemócratas fueron sencillamente eliminados del ámbito político, privados de base social (AD en Venezuela, MIR en Bolivia, Partido Liberal en Colombia). En otros lugares, algunos socialdemócratas permanecieron a flote ocupando el espacio político que perdieron los partidos liberales de derecha en situación catastrófica. Este es en particular el caso de Brasil o de Perú. Allí los candidatos socialdemócratas (Alckmin del PSDB en Brasil, Alan García del APRA en Perú), son los candidatos que actualmente tienen a su favor la unión de la derecha.

La reinvención de la izquierda: fuentes y formas variadas
Una vez que los partidos políticos tradicionales han sido literalmente barridos por el creciente rechazo popular al liberalismo, los movimientos sociales y los militantes de izquierdas se han encontrado en muchos países sin herramienta política. En todas partes se han visto confrontados, como en los primeros tiempos del movimiento obrero, a la doble necesidad de construir nuevas organizaciones políticas y hacer brotar una élite política totalmente nueva dada la corrupción generalizada de las clases dirigentes. De un país a otro, esta refundación total de la izquierda bebe de diferentes fuentes ideológicas: teología de la liberación, nacionalismo, jacobinismo, marxismo, indigenismo, combinándose a menudo entre sí. Desde un punto de vista práctico, todos nacen de la acción popular y el punto en común es la preocupación por mantener el mayor nivel posible de implicación y de movilización de los sectores pobres de la población.
En Brasil, el PT, gran partido de la izquierda, abarca todo el espectro ideológico de la izquierda, desde la teología de la liberación, hasta el trotskismo pasando por el reformismo. Se constituye sobre bases obreras sólidas y siempre se ha negado a que se le asocie a la esfera socialdemócrata rechazando la adhesión a la Internacional Socialista.
En Venezuela, el socialismo popular del presidente Chávez incorpora los antiguos movimientos comunistas (principalmente el Partido Comunista) y de extrema izquierda y renueva el nacionalismo bolivariano.
Bolivia combina en el MAS el indigenismo relacionado con la opresión secular de los indios mayoritarios en el país y el sindicalismo obrero (mineros) y campesino (cocaleros). El presidente Evo Morales es la imagen de esas dos fuentes del MAS.
El inclasificable peruano Ollanta Humala intenta combinar igualmente las fuentes tradicionales del movimiento obrero y la reivindicación de igualdad para los indígenas dándoles como perspectiva global el renacimiento de la nación como potencia de emancipación.
En Uruguay, el Frente Amplio de Tabaré Vázquez experimenta un frente cosmopolita de pequeñas fuerzas políticas y sociales que han conseguido interesar a la sociedad con su acción conjunta y formar una mayoría electoral.
En Argentina, la reivindicación de la izquierda sigue siendo incierta desde un punto de vista clásico ya que a día de hoy se ha prefigurado por la bifurcación antiliberal entablada por Néstor Kirschner a partir del antiguo partido peronista con un pasado nacional corporativista sulfuroso. Pero la audacia de su acción gubernamental le coloca claramente en el pelotón de cabeza de la nueva oleada de revoluciones democráticas en América Latina.
En Ecuador, tras 10 años de intensas movilizaciones impulsadas por los movimientos indígenas, un economista en ruptura con la clase dirigente, Rafael Correa, ha conseguido acceder a la presidencia de la República con una línea política implacable frente a las trasnacionales y a las injerencias extranjeras. Sin embargo, la izquierda sigue estando muy dividida y desorganizada entre un movimiento indígena muy autónomo y pequeñas organizaciones de la izquierda surgidas de la radicalización de una parte de las clases medias de donde proviene el presidente Correa.
La izquierda colombiana experimenta por fin con éxito una estrategia de frente antiliberal de tipo Linkspartei con el Polo Democrático Alternativo que reúne a todos los pequeños partidos antiliberales (comunistas, trotskistas, socialistas en ruptura) y que superó ampliamente al Partido Liberal (miembro de la IS) en las últimas presidenciales (2006) obteniendo un 22% frete al 12% de los socialdemócratas, quienes están en lo más bajo de su historia. Sin embargo, la dinámica de los antiliberales no consigue movilizar de forma masiva a la población, que sigue aterrorizada por el poder conservador y autoritario de Uribe (60% de abstención en las elecciones).
Cuando se construyen las nuevas formaciones de izquierda, algunos pueblos tropiezan súbitamente con el bloqueo institucional puesto en marcha por los gobiernos en ejercicio, haciendo que en ocasiones sea imposible el uso de las vías democráticas existentes para llegar al poder. Es el caso de Colombia o de México, donde las elecciones son oficialmente democráticas pero en realidad están manipuladas. Pero lejos de desmoralizar al movimiento de emancipación, estas situaciones desembocan en una ampliación de la base popular y una desmoralización de las élites urbanas que dejan el camino libre a la acción espontánea del terreno. En México, este movimiento se ha convertido en una perenne insurrección latente. En ninguna parte la energía del movimiento cívico se ha debilitado tras un revés de este tipo. Esta señal, entre otras, demuestra que la oleada continental está lejos de bajar y que por el contrario se encuentra en su fase ascendente.

Una política del pueblo
Cuando llegan al poder, las nuevas izquierdas latinoamericanas diseñan lógicamente en su política programas diferentes. En común disponen de cuatro puntos fundamentales para romper con los perjuicios del liberalismo.
La refundación cívica de las naciones gracias a los procesos constituyentes
Las nuevas izquierdas en el poder han aplicado a sus países el mismo método que el empleado para refundar la izquierda: sostenerse en la implicación popular en el cambio político y social. La primera condición del cambio político es en primer lugar para ellos aumentar de forma continua el cuerpo electoral que permite hacer emerger el continente cívico de pobres y de indígenas que fueron dejados de lado en el ejercicio de los asuntos políticos de estos países. En Venezuela, el número de votantes ha doblado prácticamente desde 1998 gracias a la inscripción de varios millones de pobres en las listas y al retroceso de la abstención. Elegido por primera vez en 1998 con 3,5 millones de votos, Chávez fue reelegido con 7,2 millones de votos en 2006, con una participación superior al 75%. En Bolivia, el gobierno de Morales ha iniciado una gran campaña para dotar de documentos de identidad e inscribir en las listas electorales a 2 millones de indios (de un total de 9 millones de habitantes) que nunca tuvieron papeles y que por lo tanto no podían ser ciudadanos.
La siguiente etapa del cambio político es la elección de asambleas constituyentes para redefinir los principios que regirán el país – ¿liberalismo o socialismo? -, establecer nuevas reglas de juego y volver a legitimar todas las instituciones de la vida colectiva. Tras la Constituyente venezolana de 1998, le ha tocado a Bolivia iniciar ese proceso constituyente desde 2006 y de forma más reciente a Ecuador, con un asombroso nivel de participación en el voto, incluso para los organizadores del escrutinio. Estos procesos constituyentes conducen a Constituciones que garantizan a su vez que prosiga la implicación popular y cívica en el cambio social. Por todos lados se presentan como una refundación de la propia nación.
La recuperación de la soberanía sobre las grandes herramientas de desarrollo y la apropiación social de los recursos naturales.
Este segundo punto es la consecuencia interior lógica de la vuelta del pueblo a los puestos de control del país. A la vez fuente principal de ingresos e instrumento geopolítico fundamental, la energía es el principal objeto de esta reapropiación social de la riqueza nacional. Venezuela ha devuelto así a manos públicas la compañía petrolera PDVSA organizando los mecanismos de asignación de la renta petrolera a la financiación de los programas sociales. También organiza la vuelta al monopolio de la explotación petrolera con la nacionalización de las compañías que explotan los campos submarinos del Orinoco gracias a la compra de participaciones mayoritarias de PDVSA en esas compañías, hasta ahora controladas por una mayoría de capitales extranjeros. Para que cesara la explotación privada de su fuente de gas en condiciones muy desfavorables para el Estado, Bolivia también ha iniciado la nacionalización de las principales empresas gaseras. Tras años de inversiones casi inexistentes por parte de las empresas privadas, la reconstrucción de las infraestructuras de la economía también se realiza en este país a través de programas de nacionalización de algunas empresas de comunicación, de energía y de transporte. Este proceso también se ha iniciado en Ecuador. En Argentina, la anulación de la deuda tiene el mismo significado.

Prioridad para los más pobres: alimentación, vivienda, salud, educación para abolir el apartheid social
La primera respuesta de las nuevas izquierdas latinoamericanas a la pobreza masiva no ha sido una respuesta económica o social, sino política. Este acercamiento queda resumido en la siguiente formulación de Chávez: “para solucionar el problema de la pobreza, hay que darle el poder a los pobres”. Es, a continuación, la condición para asegurar de forma duradera que los intereses del mayor número de personas se encuentran en los puestos de mando del Estado. Las políticas sociales resultantes son particularmente audaces y globales, y abarcan la alimentación (Misión Mercal en Venezuela, plan Hambre Cero en Brasil), la alfabetización masiva y la educación (Misión Robinson en Venezuela y Bolivia), la salud para todos con centros públicos de salud y médicos de proximidad (Misión Barrio Adentro en Venezuela), la vivienda o incluso el apoyo a los trabajadores (aumento del salario mínimo en un 35% en Brasil), etc. Y los resultados son tangibles: 2 millones de adultos alfabetizados en Venezuela, y además una proporción de personas que viven con menos de 1$ al día (extrema pobreza) que ha pasado según el PNUD del 14,7% al 8,3% entre 1998 y 2004. De igual forma en Brasil, la ayuda alimentaria aportada a 11 millones de familias pobres ha permitido que la tasa de pobreza pase del 26,7% al 22,7% de la población al final del primer mandato de Lula.
Este retroceso de la pobreza es de igual forma virtuoso económicamente ya que ha permitido mantener un sólido crecimiento de estos países. Cruel desmentido para las instituciones financieras internacionales, los países motores del crecimiento latinoamericano en 2005 han reinvertido de forma masiva, todos, de una u otra manera, en los presupuestos públicos y le han dado la espalda al consenso liberal. En cabeza de este fuerte crecimiento se encuentra Venezuela (18%), Argentina (8%) y Brasil (5%).
La afirmación del derecho propio de decisión según sus necesidades de desarrollo frente a la superpotencia estadounidense y a las instituciones financieras internacionales.
Este punto es la consecuencia exterior del programa de recuperación de la soberanía por los pueblos concernidos, lo que hace que estos países rechacen la liberalización comercial de América a imagen del frente Venezuela-Brasil-Argentina que provocó el fracaso de la proposición estadounidense del ALCA en la cumbre de Mar del Plata en 2005. Han adquirido también una autonomía efectiva frente a las instituciones financieras internacionales que había llevado a sus países a la ruina: reembolsos anticipados al FMI de Venezuela y Brasil (para ahorrarse los intereses) o incluso la simple negativa Argentina de pagar una parte de la deuda. La búsqueda de la independencia en el desarrollo conduce también a estos países a explotar varias vías originales de integración regional, del mercado común del MERCOSOR al ALBA (Alternativa bolivariana para las Américas) – que agrupa a Venezuela, Cuba, Bolivia y Ecuador y prefigura un sistema de intercambios cooperativos no comerciales entre los estados -, pasando por la cooperación intergubernamental de la Comunidad Andina de las Naciones. Entre estas nuevas izquierdas en el poder en Bolivia, Venezuela o Brasil, todos constatan el fin de la integración exclusivamente comercial e intergubernamental (CAN, Mercosur) y de su incapacidad para desembocar automáticamente en una integración política. Mientras que en los países dirigidos por estas nuevas izquierdas las cuestiones militares y de conflictos fronterizos son muy intensas, el nuevo nacionalismo de estos países rechaza cualquier perspectiva bélica, tradicionalmente en el corazón de los nacionalismos de derecha. Para ellos, la independencia y el poder nacional son en primer lugar instrumentos para restaurar la soberanía del pueblo sobre las sociedades y las economías balcanizadas por los intereses privados y los capitales extranjeros. Establecen así los lazos con las fuentes de izquierda del nacionalismo surgido de la Revolución Francesa, apartando totalmente las derivas derechistas y xenófobas en las que siempre termina hundiéndose el nacionalismo europeo. Su nacionalismo no es por lo tanto incompatible con un proyecto ambicioso de integración regional como el ALBA desarrollado por Chávez. Inspirado por la Revolución Francesa, el nacionalista Bolívar afirmaba a principios del siglo XIX que la dispersión y fragmentación de los latinoamericanos en innumerables pueblos era la mejor muralla de las potencias coloniales. Así pues, el actual proyecto bolivariano se hace eco del proyecto jacobino de la Gran Revolución de 1789-1793: únicamente la soberanía absoluta del pueblo puede romper la opresión económica y únicamente la unión consciente de los pueblos libres puede hacer retroceder la dominación extranjera, en este caso la de los Estados Unidos.
Cuando ejercen el poder, las nuevas izquierdas latinoamericanas al final también se ven confrontadas al mismo callejón sin salida de los socialdemócratas: la imposibilidad frente a las obligaciones exteriores, sobre todo estadounidense, para abrir una alternativa al liberalismo en un marco estrictamente nacional. En efecto, los países más poderosos, como Brasil o Venezuela, pueden abrir solos brechas en el modelo liberal, en ocasiones incluso en detrimento de sus vecinos. Por ello, a escala del subcontinente, la alternativa progresista no es viable sin una integración regional mucho más audaz. Dicha integración serviría a la vez como escudo protector para las primeras realizaciones alternativas y como punto de apoyo para los países en los que la izquierda está aún buscando el poder. La integración democrática del subcontinente latinoamericano es así el principal desafío que los presidentes Lula y Chávez, Tabaré Vázquez, Morales y Correa quieren afrontar para que sus países pasen definitivamente la página del neoliberalismo. En este caso, la preocupación de no reducir la integración a su dimensión económica, sino de comenzar desde ahora a poner en marcha los instrumentos políticos democráticos contrasta con la ceguera europea al respecto…
En resumidas cuentas, la lección latinoamericana contiene un método de acción, la revolución democrática y la implicación popular. Afirma como prioridad la movilización de los más pobres y desamparados. Asume un programa de acción económica basado en la recuperación de la soberanía popular de terrenos esenciales de la vida en sociedad y de los bienes públicos del país. Lo que he mostrado de manera sucinta me parece valer más que el desprecio y la ironía mal expresada que a menudo he constatado en ciertos medios dirigentes de la izquierda europea, en realidad poco o mal informados. En cualquier caso, estoy seguro que nos será de gran inspiración. Además hay que querer cambiar el mundo.

Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53223
Niurka Trujillo y José Luis Díez son miembros de Cubadebate y Rebelión. Díez es también miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.



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