01juil 13
En Brasil también. Un poderoso movimiento popular y joven está tomando las calles. No tengo la pretensión de decir desde mi despacho parisino lo que está pasando en Brasil, tampoco pienso encontrar la solución política adecuada a lo que está ocurriendo. Pero mis conocimientos sobre América Latina y mi trabajo sobre los acontecimientos que pasaron allí en los últimos quince años me permiten proponer sin impudencia unas ideas para comprender la situación. Lo que se nota claramente es el contenido progresista del movimiento de protestación, incluso cuando se le ve desde lejos, ya que quiere más servicios públicos, menos corrupción y hace una denuncia clara del juego mediático. Esas tres ideas juntas forman las bases de todas las revoluciones ciudadanas del mundo. Pero en Brasil ese movimiento ocurre bajo un gobierno de izquierdas, bajo el gobierno de Dilma Roussef. Ese gobierno, como el de Lula, es el producto de las revoluciones democráticas que atravesaron todo el continente. Su balance en lo que concierne la lucha contra la pobreza resulta ser excelente. Recientemente, Dilma Roussef demostró que tenía el coraje y la determinación suficientes para bloquear las iniciativas de los Estados Unidos para desestabilizar los países amigos de la zona. Ella analizó con mucha lucidez cuales eran los límites de la Europa actual sin dar ninguna importancia a las protestas de la parte social-demócrata de su partido. En plena tormenta, su proposición para responder positivamente al movimiento en marcha fue para mí una verdadera innovación para poder gestionar las situaciones de insurrección. Aquella reacción me pareció ser perfecta en aquel momento. No lo digo pensando en los intereses de su gobierno ni de su partido. Lo digo tomando en cuenta el futuro del proceso revolucionario que los gobiernos del PT hicieron empezar desde el año 2002. Dilma Roussef propuso hacer una Asamblea Constituyente. ¿En qué mejor medio se puede pensar para construir una nueva sociedad política dándole nuevos valores y objetivos sin olvidarse de darle al pueblo una manera de realizarse políticamente? Esa propuesta fue olvidada por culpa de las protestas de los constitucionalistas brasileños y de la traiciones de los de su propio partido. No habrá Asamblea Constituyente. Voy a explicar más tarde porque esa es la mala noticia del día.
Pero primero tenemos que admitir que ese movimiento empezado con eslóganes dirigidos en contra del gobierno de Roussef nos hace reflexionar. Nuestro deber intelectual es de analizarlo con seriedad. Finalmente lo importante es comprender las razones del movimiento para que nosotros podamos sacar fruto de esa reflexión y así adaptar nuestra estrategia. Ya sabemos que no existe una sola causa de la emergencia de ese proceso casi insurreccional sino muchas que se juntan. Entre ellas muchas se pueden imputar al gobierno, al sistema del Partido de los Trabajadores, a su política productivista y de extracción infinita en varios sectores decisivos. Para pensar útilmente pienso que tenemos que plantear interrogaciones nuevas, tan nuevas como es la situación. No quiero comenzar aquí como se suele hacer: “ya se acabó para ellos”, “no ha sido suficiente”, pasemos a otra cosa. La interrogación correcta es la siguiente: ¿Cómo el PT puede, si aun lo puede, ir profundizando lo que ya empezó con Lula usando el movimiento actual? Este tema no es únicamente de los brasileños. Mi intuición es que debemos aprender a pensar nuestra acción gubernamental diferentemente, no únicamente en lo que toca a nuestro programa pero también pensándola dentro del tiempo. Me sitúo aquí como una persona que se siente partidaria del gobierno brasileño y que no quiere que se acabe por culpa de un movimiento que se parece mucho al nuestro. Prefiero este punto de vista para no ver dos críticas de izquierdas que no nos pueden conducir a ninguna parte.
© Fabio Rodriguez Pozzebom / ABr
La primera vía sin salida es la de hacer una lista de las pequeñas y grandes críticas de todo lo que no se hizo, que se hizo mal o insuficientemente. No me permito la crítica de tipo izquierdista que quiere ayudar la mayoría pero que también lamenta que no se haya ido más lejos en las reformas. Sería una crítica insuficiente. Para ser más directo: si Dilma Roussef dijera hoy que iba a construir todas las escuelas pedidas, no sería suficiente. El movimiento llegó al punto de pensar que sus reivindicaciones puntuales deben estar incluidas en un movimiento más largo. ¿De dónde viene esa dinámica? Viene de efectos mecánicos que existen en la sociedad. Lo voy a explicar muy pronto. La otra vía sin salida es la que nos haría pensar como revolucionarios de los siglos diez y nueve y veinte. Eso sería olvidarse de los logros de los gobiernos del PT, considerados como superficiales e inseguros, y también el método democrático de conquista y de ejercicio del poder. Ese camino me parece que nos conduciría a un fracaso cruel y costoso. Las clases populares que se transformaron en clases medias y aquellas que consiguieron salir de la pobreza no quieren olvidarse de sus logros sociales. En realidad es para protegerlos et extenderlos que empezó el movimiento. Este parámetro se nos lo enseña la historia. La consciencia de un movimiento no se puede introducir desde el exterior. Esa consciencia viene de la dinámica propia del movimiento y de sus etapas para llegar a sus objetivos. Comprender eso es nuestro orden del día brasileño.
Los fenómenos que constatamos nacen y resultan del estado de la sociedad que dirigen nuestros amigos. Es decir una sociedad reformada por sus acciones. La característica de base de ese balance es esencialmente la salida de la pobreza de una larga mayoría de la población, la elevación del nivel de educación y de salud. La sociedad que se moviliza es la que los logros sociales de los gobiernos del PT criaron. En ese contexto, la primera cosa que hace falta entender es que esos movimientos no acusan lo que se hizo en general. Al contrario, son testigos y productos de lo que se hizo. Menos pobre, más educada, con más confianza en ella la nueva generación entra en un proceso legítimo de voluntad de controlar la vida pública. Ella lo siente como una necesidad. Esa nueva generación constata una insoportable pérdida de legitimidad de las autoridades que están encargados del buen funcionamiento de la sociedad. ¿Con razón o no? Si la causa del movimiento es justa, la buena actitud es tomar en cuenta el programa hecho por el movimiento popular. Ese movimiento enfrentará al bando progresista únicamente si ellos se oponen a él o no lo toman en cuenta porque no lo entienden.
Ya sé que es una paradoja el hecho de pensar en la manera de aprovecharse positivamente de un movimiento que se opone a un gobierno de nuestro corriente ideológico. Mi punto de vista sólo se puede comprender entendiendo el análisis de la revolución ciudadana. No describe una revolución puntual que lo arreglará todo. La revolución ciudadana es un proceso permanente que evoluciona gracias a sus sucesos y fallos, insertando nuevos problemas por resolver mientras que aumenta la consciencia política de la ciudadanía. Lo importante no es de saber qué partido hay que apoyar en cualquier momento. El objetivo es el ejercicio de la soberanía popular. Las personas que se movilizan quieren decidir. La otra manera de expresar la misma cosa es decir que ya no es posible dejar que sean siempre los mismos que decidieran. Aquellos no están eliminados por razones políticas o ideológicas pero porque no consiguen arreglar los problemas de los cuales tenían cargo. La frase “que se vayan todos” clamada en Argentina como los “fuera” repetido en Túnez y en Egipto no significaban nada más que eso. Insisto en la idea en que la crisis de autoridad se traduce en una crisis de legitimidad. En esas condiciones la revolución ciudadana no es una ideología que viene de un partido exterior sino que es un producto mecánico de la evolución de la sociedad y de su educación. Simplemente porque la puesta en marcha de la sociedad depende de la fracción la menos integrada en el cotidiano y en su reproducción. El otro parámetro importante es el de la parte de población que vive en ciudades. Las revoluciones ciudadanas surgen en ciudades porque la población que vive ahí tiene una relación de interdependencia y de socialización que constituye una sociedad muy reactiva. Por eso, las formas tradicionales de la acción obrera no están representadas ahí. Por eso, algunos de nuestro bando no entienden aquellos movimientos. El error es de pensar que la identidad social del asalariado sólo se nota en el entorno laboral. ¿Sería posible que el conjunto de las relaciones sociales que tienen esos asalariados en el medio urbanizado sean más importantes que la identidad social? Por eso veo interesante que sea la aumentación del precio del autobús que crió la acción reivindicativa. ¿Eso no es el símbolo de la reivindicación urbana? ¿Eso no es la revelación de una condición social de una joven clase media sin vehículo personal? ¿Cómo olvidarse que fue la misma razón que condujo a la victoria de Chávez? Para no perder mi lector no les voy a hablar de lo importante que son las redes sociales para constituirse una consciencia ciudadana. No se debe pensar que eso es únicamente una comodidad técnica para comunicar. Las redes sociales ofrecen la consciencia política instantánea a los afiliados.
La revolución ciudadana es el resultado de una dinámica autónoma cuyos ingredientes, es decir los principios auto organizadores, están evidentemente y permanentemente en la vida y no en una circunstancia extrema y particular que podría provocarlos. Ya he estudiado en este blog esa forma de cambio brutal de la sociedad que usa a sus propias bases, lo llamo bifurcación. Si esa tesis está fundada, todos les países de la revolución democrática desde hace quince años en América Latina, gracias a sus balances positivos, van a conocer movimientos parecidos al que pasa en Brasil. No habrá que verlos como incidentes pero como bifurcaciones desde el interior del proceso revolucionario sea para prolongarlo sea para separarse de él definitivamente.
Para pensar los acontecimientos brasileños me gustaría sugerir una lista de cosas que no hay que hacer. Primero no hay que mofarse. La verdad es que existe una tensión después de haber escuchado todo lo que se dijo en Europa y en Francia en particular cuando oponían de manera caricatural el buen social-demócrata Lula y el horrible comunista Chávez. Pienso un poco sarcásticamente en nuestros camaradas que antes combatían valientemente y que ahora se transformaron en diplomáticos neutros. No podré olvidar sus reticencias cuando pensamos en organizar un encuentro común con el Front de Gauche cuando vino Dilma Roussef en Paris, temían ofender a Hollande y a su corte atlantista. ¡Como pasó el tiempo! Recuerdo que yo era el único que acogía al candidato Lula cuando nadie en el Partido Socialista quería verlo. Recuerdo que la sed del Partido Comunista Francés servía para acoger a las reuniones del PT en Francia cuando el PS no quería ni entender hablar de ellas. Recuerdo que antes contaban sobre nosotros para darles dinero para los guerrilleros. Pero no tenemos que olvidar que la imagen de un buen Brasil moderado ante la mala Venezuela era una construcción de propaganda. Sería estúpido aceptarla hoy, no nos permitiría entender lo que pasa ahora por ahí. Duraría poco el pueril placer de explicar que los movimientos solo ocurren en los países vistos como modelos. De pronto veremos en Venezuela y en otros países la misma cosa si mi tesis es válida.
Segunda cosa que no hay que hacer: volverse paranoico. No hay que ver ese movimiento como el resultado de una conspiración entre la derecha oligárquica local y los Estados Unidos porque no veríamos lo importante: ese movimiento es una oportunidad por nuestro propio movimiento. Evidentemente la oligarquía y los nortes americanos tienen un papel en este asunto. Pero eso no es decisivo. Si la irrupción en las calles de una población hostil al gobierno les pareció muy bien, no pienso que ningún de los eslóganes y objetivos del movimiento sean los suyos. Sí, podemos pensar que el rechazo del PT y de Dilma Roussef les sirve. Políticamente, está cierto. El que conoce la feroz actitud de esa derecha y de la prensa brasileña encontrará muchísimos ejemplos de las tentativas de recuperación del desorden actual. Pero no tenemos ninguna razón de pensar que van a hacer otra cosa que llamar al restablecimiento del orden. Reprocharán al poder de no saber proteger a los bienes y a la “libertad de la prensa” ya que los vidrios de los bancos estarán rotos y los “periodistas” del Globo acusados. Si nuestros camaradas encuentran la solución para regresar al centro del movimiento ya podremos decir que empieza la revolución democrática en Brasil. Es únicamente en ese sentido que tenemos que encontrar nuestras marcas. No me malentendéis: no estoy diciendo que los años de gobierno de Roussef y Lula hayan servido para nada. ¡Es todo el contrario! Dije que la salida de la miseria ha sido la condición de base de la renovación del país. Peros las formas revolucionarias de los demás países han sido suficientemente diferentes para entender los pasajes necesarios que forman parte de las etapas de transiciones revolucionarias.
La organización de Asamblea Constituyente es característica de esas etapas. Primero por su convocación y también por la campaña electoral que existe antes. Después por el desarrollo de su trabajo y aun más cuando existe una implicación popular constante de todas las categorías y de todo el país. Todo eso es un proceso de educación popular y de politización de la sociedad que la cambia profundamente, que transforma el cotidiano y revoluciona todos sus aspectos. Ese método ha sido aplicado con suceso en Ecuador y en Venezuela. Fue demostrado que funcionaba. Pero también ha demostrado que existen límites: en Venezuela la segunda reforma de la Constitución fue un fracaso ya que se perdió el referéndum. Cuando estuve ahí, los camaradas me explicaron que no hubo nada en común con la primera parte de la revisión de la Constitución. Demasiado institucionalizado y con muchas polémicas políticas, ese segundo tiempo de la revisión de la Constitución no fue capaz de interesar al pueblo. Hablo de ese episodio únicamente para explicar que la Asamblea Constituyente sólo tiene sentido siendo un momento esencial de activa participación popular para refundar la nación, es decir finalmente para refundar el pueblo. No puede ser una manera de ocuparlo, como lo haría un político manipulador. La idea esencial es que el pueblo se refunda, que pueda apropiarse su propia identidad colectiva poniendo a sus valores en la Constitución. Eso es el centro de la estrategia de la revolución ciudadana y de su desarrollo real cuando se va hasta el final de su lógica. Cuando propuso una Asamblea Constituyente sobre unos temas precisos, Dilma Roussef desnaturalizó la oferta radical que es la de una Asamblea Constituyente. Su propuesta fue asfixiada por sus adversarios aun que hubo unas reacciones positivas en la base del movimiento. Sin Asamblea Constituyente, Dilma Roussef no tiene suficientemente apoyo para poner en marcha el programa hecho por la insurrección. Así es.
La Asamblea Constituyente sirve de apoyo para dirigir un progreso social. Por cierto ese progreso debe empezar absolutamente. No se puede olvidar y evacuar lo que concierne el reparte de las riquezas. Las tentativas efectuadas por los social-demócratas de substituir la batalla social del reparte por la batalla democrática fueron un fracaso. Ninguna sociedad puede evitar ese tema. Sobre todo enfrentándose al mundo financiero de nuestro tiempo. Ningún problema de la sociedad tiene solución sin que ese problema sea resuelto. Pero la cuestión del reparte de las riquezas pone en marcha una guerra total contra nuestros enemigos de las clases dominantes. Resulta un conflicto donde los dominantes y sus medios de comunicación empiezan un combate sin tregua en todos los terrenos. No voy a describirles eso ya que todos sabéis como es la situación en aquel momento. Lo que importa es saber cómo replicar. Ya conocemos la receta: la adhesión y la iniciativa popular. ¿Pero qué es concretamente esa idea? Es la convocación de una Asamblea Constituyente. La movilización por la Asamblea Constituyente permite la articulación de dos cosas: la creación del sistema democrático y el contenido social de aquel nuevo sistema. Pasando por arriba y sin herramienta, no es posible ganar con un partido y sus redes, incluso si son redes importantes. Es por eso por lo que pienso que es un gran fallo de haber renunciado a esa idea en Brasil. La respuesta positiva a las reinvindicaciones populares necesita un nuevo reparte de la riqueza en esa sociedad. ¿Cómo puede funcionar sin implicación popular? ¿Cómo es posible hacer una política de izquierdas sin el apoyo popular y la construcción de una relación de fuerza? Y cuando se construye una relación de fuerza tenemos que comenzar pidiéndonos con quien y contra quien.